domingo, 8 de septiembre de 2013

– ¿Vamos a tu casa?
–¿Ya? ¿Tan pronto? ¿No te gusta el parque?
–Sí, es bonito... pero llevamos aquí ya unas cuatro horas o así y bueno, en tu cama la vida es mucho mejor.
–Bueno venga, vale. En un rato vamos. ¿Y no podemos ir a la tuya? Pillamos el bus y son dos paradas.
–Pero que está mi hermano, ya te lo he dicho antes. ¿Qué te pasa, tía? Estás muy rara.
–A ver, esto va a sonar un poco Disney, pero déjame explicarlo ¿vale? La cosa es que prefiero irme yo a que te vayas tú.
–¿Cómo?
–Coño, déjame explicártelo. Tú sabes, cuando se va una persona de tu casa, o de cualquier sitio en el que estés tú, que llevas toda la noche con ella, que te gusta mucho ¿no sientes que cuando suena el portazo todo se vuelve una mierda? Sigues en el mismo microclima, pero sin esa persona. Y es raro. A veces es hasta asqueroso. En cambio, si eres tú la persona que se va, cambias de microclima. Sales a la calle, avanzas, reculas, andas. Te vas. Y no sientes ese vacío repulsivo que siento yo a las 7 de la mañana, cuando ya te has ido y me toca dormir sola, con la cama calentita porque hace 2 jodidos minutos estabas ahí. Y ahora que lo he dicho, creía que iba a ser menos Disney, pero ha sonado horriblemente Disney. Tío, yo no era así. Yo ya no creía en esas cosas de ilusionarse y ponerse guapa para un chico. ¿Qué cojones has hecho para que me sienta así contigo? No vale, ¿y ahora que hago? ¿Te lo cuento para que te asustes porque la chica de piedra de repente te suelta este monólogo? Obviamente no te lo voy a contar, simplemente quería saber como quedaría en una conversación entre tú y yo. Y pensaba que iba a quedar menos Disney. Qué frustración, me he vuelto una chica Disney. Todo por tu culpa.