lunes, 22 de octubre de 2012

Scopolamina

Yo siempre he intentado ser una persona racional. Aunque no le hiciera mucho caso a mi madre, siempre intentaba hacer las cosas que me parecían buenas. Recogía mi habitación, cuidaba a mis hermanas, salía con mis amigas. Ese tipo de cosas que te hacer ser buena persona. Yo quería ir al cielo.
Con mis 16 años, no era una chica conflictiva ni difícil. Hacía los deberes, paseaba a los perros de los vecinos, sonreía al panadero cuando me regalaba una golosina al comprar el pan. Tenía una vida bastante simple, y a veces aburrida.
Ya había probado la coca. Aunque sólo una dósis pequeña. Estando en Colombia hay que saber a qué nos enfrentamos. Fue una experiencia diferente, de hecho me la imaginaba distinta. De todas maneras no creo que vuelva a probarla. No tengo necesidad.
Mi familia y yo nos mudamos a Bogotá hace cinco años, así que ya estoy bastante acostumbrada al país. Dejé bastantes cosas sin importancia en Madrid, mis padres querían empezar una nueva vida. Se separaron hace diez años, y volvieron, "por nosotras", y a tomar por culo Madrid. En Bogotá, que estamos mucho mejor.
La verdad es que son dos ciudades que no se pueden comparar. Madrid es una –pseudo–metrópolis fría y seca, mientras que Bogotá es como un pueblo enorme lleno de prostitutas y camellos. Te acabas acostumbrando, como casi todo.
Pero había algo que desconocía de este país. Además de ser el primer productor y traficante de cocaína mundial, tienen en su poder la peor droga de todas: la Scopolamina. A los niños nos solían tapar los ojos con ese tipo de cosas, con las drogas y eso, porque una cosa es ir al parque y ver a los mayores fumarse sus canutos, pero otra es encontrarte con un camello en cada esquina ofreciéndole a un empresario dos gramos de coca. Si soy sincera, no sé qué es peor. Porque si no lo sabes, si te encuentras con ello, ¿de qué forma te enfrentas?
Era un día húmedo y caluroso del 2009. Yo y mis amigas por aquel entonces nos falsificamos unos carnets de identidad: por fin íbamos a salir por ahí. Estábamos bastante nerviosas, nos sentíamos fuera de lugar. Como si hubiéramos crecido tres años de repente. Era imprescindible cogerles unos tacones a nuestras madres, y quedar tres horas antes para arreglarnos. Teníamos que aparentar dos o tres años más. Tuvimos que engañar a nuestras madres y decir que nos quedábamos una en casa de la otra. Creo que todas lo hemos hecho, en Madrid, en Bogotá o en Pekín.
No hubo problema en la entrada, ya que estaban muy bien falsificados. Nada más entrar, tres amigas mías se pidieron una cerveza grande y se pusieron a tomar. Yo y otra amiga decidimos pedirnos una Coca-cola y nos sentamos en unos sofás. Mis amigas se tomaron la cerveza rápido, y se las notaba bastante embriagadas, decidieron ir a ligar con algún chico. Ese rato me lo pasé bastante bien, sobre todo porque estábamos en un sitio nuevo para nosotras, pareciendo mayores.
De repente un chico se nos sento al lado y empezó a hablar con nosotras. A mí me dio un poco de mala impresión, así que por si acaso tenía mi Cocacola agarrada y pegada a mi. La verdad es que parecía simpático. Me terminé la Cocacola y, aliviada, me fui al servicio. No me podía echar nada en el vaso, estaba vacío.
Al volver me noté mucho más suelta, no podía hacerme nada, y estaba con mi amiga. Le preguntamos que de dónde era, y nos dijo un nombre algo así como de Ajual. Al ver nuestras caras confusas, sacó un mapa, apuntó el dedo en el pueblo, y me lo acercó a la cara. Yo lo miré detenidamente, respiré en él, y no podía haber cometido peor error de mi vida.
La Scopolamina es la peor droga de todas. Eres totalmente consciente, no parece que vayas drogado, o mareado, pero no tienes capacidad de libre albedrío. Es decir, haces todo lo que te dicen. Eres incapaz de decir que no. Suena a coña, lo sé. Pero ni se os ocurra probarla.
Creo que al cabo de un rato se acercó otro chico y salimos fuera de la discoteca. Del resto no me acuerdo.
Es dramático. Has hecho cosas que ni siquiera recuerdas. Pero las has hecho. Pierdes totalmente el control sobre ti mismo.

Me desperté en un descampado. Debajo de una manta. Era demasiado pronto para ver a gente por la calle. Estaba desnuda. Mis llaves y mi cartera en el suelo. Cogí la manta y entre lágrimas y gritos de ayuda me fui corriendo a casa.
Abrí la puerta, silencio absoluto. Mis padres aún estaban durmiendo. Mis hermanas también. De repente, fui al salón. ¿Dónde coño está la tele? La cerradura no está forzada, ni las ventanas rotas. Subí corriendo despavorida a mi habitación. Mi ordenador había desaparecido. El sobre con mis ahorros estaba fuera del cajón, y estaba vacío. Y el resto, impoluto. ¿Cómo han podido saber dónde escondía todo mi dinero? En la habitación de mis padres, caos total. Cajones abiertos, ropa por los suelos. Volví a mi cuarto y cerré la puerta. Encima de la cama, una cinta de vídeo. Me sangraba la pierna... no, la pierna no. Caí al suelo, al borde del desmayo. Era un ataque de ansiedad. No entendía nada.

Ese hijo de puta me hizo esnifar la Scopola a través del mapa. Y desde ese momento, empecé a perder mi capacidad de decisión. Ejecuté cualquier acción. Me robaron media casa, me violaron, y lo grabaron.
Días después, conseguí ver la cinta. Vi como desconectaba la tele y la sacaba a una furgoneta, con una sonrisa. Vi como rebuscaba en mi cajón, como les daba todo mi dinero, el de mis padres y mi ordenador, con una sonrisa. Vi cómo me violaban, y yo con una sonrisa. Necesité tres años para recuperarme de aquello. No podía salir de casa. No podía perdonármelo. Me quedé sin amigas, me tenían una mezcla entre pena y asco. Dejaron de hablarme.
Lo peor de todo es no acordarte de ello. Y verlo a traves de una cinta de vídeo. Verlo desde fuera, sabiendo que eres tú. Y tú con una sonrisa. Y creedme, leerlo es totalmente distinto a verlo con tus propios ojos.