domingo, 9 de enero de 2011

Domingos. Dichosos domingos.

Vacía. Así me estoy sintiendo últimamente. Puede que me esté cansando de relaciones fugaces que duran poco más de una noche. Es probable. Es evidente. Necesito a alguien. ¿Sé quién es ese alguien? Puede que sí, puede que no, eso nunca se sabe. Tiene sentido que deje de desear eso porque haya aparecido una propuesta mejor. No me la han propuesto, me la propuse yo a mí misma. Y me estoy odiando demasiado. Porque nunca pensé que volvería a ser así. Así de dependiente, así de tonta. Tonta porque estoy segura de que ese hombro en el que me apoyaré un par de semanas más me abandonará. Y yo ¿qué? Otra vez sola, esperando el autobús que me lleve al desengaño.
Me gustaría sentirme en un cuento de hadas, dónde todo el mundo es feliz y no hay pequeños problemas que nos perturban cada día, si no uno grande al cual nos afrontamos todos y terminamos por hacerlo desaparecer. Me encantaría no tener que elegir lo que quiero ser, ni lo que quiero hacer. Me encantaría que todo fuese solo y yo sólo pudiese disfrutar de todo lo que me rodea.
Pero por otra parte tendría que fingir. No es lo que yo quiero. Yo quiero vivir mi vida, no que me hagan vivirla. No quiero estar en un carrusel y ver pasar imágenes en movimiento. Quiero vivir mi vida. 
Pero no quiero vivirla sola. ¿Se pueden acaso compartir las vidas? A lo mejor se pueden juntar dos, o adaptarse la una a la otra para ser -casi- idénticas. Igual de ese modo llegaré a conocerme mejor, puesto que todo lo ajeno es más fácil de comprender que todo lo interno de uno mismo.
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